El sector inmobiliario lo ha pasado mal. Pero ahora los vientos soplan de popa, las velas se hinchan y se avanza con buena velocidad en un mar en calma. Todos contentos, claro. En los malos tiempos es cuando de verdad se demuestra la profesionalidad, pero eso no significa que ahora todo sea más fácil y que no haya retos que gestionar. Algunos derivados incluso de esta misma bonanza.
Me refiero, en concreto, a la intensa subida de precios que se están produciendo en algunas grandes ciudades como Madrid y Barcelona, con algunos barrios en los que el coste del alquiler se está disparando. Si hay un mercado dinámico y unos precios al alza, ¿cuál es el problema para el agente inmobiliario? Dependiendo de cómo se gestionen, las expectativas de los propietarios pueden dar más de un dolor de cabeza.
Pongamos un caso: el dueño de la vivienda lleva tres años con los mismos inquilinos, gente que paga puntualmente cada mensualidad, que no ha dado ningún problema a los vecinos y que mantienen el piso cuidado y en buen estado. De esos que a veces se encuentran y, con su ejemplo, animan a que los propietarios opten por alquilar.
No hay ninguna queja sobre ellos, pero lo cierto es que vence el contrato y las noticias de la aumento del precio del alquiler en el barrio han calado en la mente del dueño: ahora hay pisos como el suyo en la zona que se alquilan por 300 euros más al mes de lo que cobra él. Y el agente inmobiliario que le gestionó entonces a estos inquilinos y al que ha ido a pedirle consejo entiende lo que le dice: él mismo ha mediado en alguna de esas operaciones. ¿Qué responder?
Las opciones
Lo primero, el agente inmobiliario tiene que aclararle que no puede decirle qué hacer con su vivienda: que no va a tomar la decisión por él y que lo único que puede hacer es darle información para que actúe como crea que mejor le conviene.
Y, a continuación, plantearle el debate en los términos adecuados: es cierto que hay oportunidades económicas, pero también lo es que cambiar de inquilinos conlleva un riesgo (impagos, destrozos, etc.). El debate está, por tanto, entre la seguridad y comodidad actual y un posible incremento de renta futura.
Por supuesto, hay muchas opciones intermedias, como tratar de mantener los actuales inquilinos (de cuyo comportamiento ya se sabe qué esperar) aumentando de forma razonable el precio: subirles 100 euros en lugar de los 300 que algunos están pidiendo por viviendas similares en la zona. Esforzarse en llegar a un acuerdo ventajoso para ambas partes es siempre un camino razonable.
Lo esencial, en definitiva, es explicar, con claridad y honestidad, las ventajas e inconvenientes de cada opción y animarle a tomar la decisión de forma razonada. Y ojalá duren mucho estos problemas propios de los tiempos de bonanza.